sábado, 13 de diciembre de 2014

Acerca del hambre que se pasó en Fuerteventura en 1936-38

Aquel fue un año agrícola en que no llovió, la gente pasó hambre y la generosidad del resto de las islas, especialmente grancanarias y, en menor medida, tinerfeñas dicen que se desvivió por socorrer los gritos de auxilio de los majoreros… Como, salvando las distancias, lo hicieron en 1683 los náufragos de “El Griego” en Punta de Jandía.
Bueno. Que no lloviera resulta un hecho fortuito y, aunque atribuido a ciclos de un clima semidesértico, en una tierra en que la mayor parte de la población se dedica a la agricultura y a la ganadería, eso causaba estragos y las familias se disgregaban en busca de sustento.

Campesino majorero en Güimar, Tenerife.

Pero no es algo privativo ni específico de 1937 ni de la época de la II República. No, el majorero siempre tuvo preparada la maleta –por decir algo- y a poco que apretase la sequía vendía la mayor parte de su ganado de labor, hipotecaba su terruño y con algunas cabritas se marchaba a Tenerife, a Gran Canaria e incluso a Lanzarote, pero no para que le dieran de comer sino para trabajar, asentándose en La Isleta, en el barranquillo de don Zoilo, en el Barrio de La Salud o en Güimar…
Y cuando las cosas mejoraban volvía y con las tres perras que pudo hacerse en otras islas levantaba la hipoteca que le tenía trincada el cacique más cercano…
Otros, más aventureros, se metieron en renqueantes veleros y se lanzaron en pos de las tierras que sus antepasados habían ido a buscar al otro lado del Atlántico cuando, de verdad, el hambre asfixiaba; y aún así, tampoco rompieron los lazos con su terruño.
Lo que pasó en 1937 es algo mucho más complejo, creo yo. Para empezar, no pongo en dudas que el pueblo pasaba hambre, aunque estuviera lejos del teatro de operaciones militares; cualquier país en guerra la pasa y la Historia pasada y presente nos lo recuerda.
El apoyo decidido a uno de los bandos en contienda situó a las élites majoreras en un lado que no ofrece dudas: ocuparon cargos preeminentes de la administración (ayuntamientos convertidos en oficinas de reclutamiento…) junto a los militares y acabaron asumiendo la representación alzada en la isla y, por consiguiente, promoviendo campañas pro-combatientes, pro-mutilados y mesas petitorias para la compra de algún avión con destino al bando nacional. La prensa de la época está llena de las listas de donantes de oro y metálico no sólo en Puerto de Cabras, sino en toda la isla. ¿De qué hambre hablamos?
En una sociedad que basaba mayoritariamente su economía en la agricultura, la falta de lluvia, naturalmente les privó de óptimas cosechas y aquellas familias numerosas, cargadas de hijos y por tanto de peones para la tierra y aún para emplearse en el comercio, se vieron privadas de los varones que fueron movilizados en la Guerra Civil; una pérdida tanto o más importante que la ocasionada por la lluvia: la falta de mano de obra en el campo.
¿En qué situación quedaban las mujeres y las hijas de los majoreros movilizados? Pues al servicio doméstico unas, al tomate en el tablero de Maspalomas otras pues aquí podemos decir que el agro majorero andaba algo descapitalizado; y muchas con los pasajes de la Beneficencia a los Puertos de Gran Canaria y de Tenerife, que para algo servían los padrones municipales de beneficencia que el cabildo insular exigía actualizar anualmente.
Esta es, en fin, otra de las múltiples aristas de la situación social y económica de Fuerteventura en la que anidó la “hambruna” aireada en la prensa de 1937.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

lunes, 17 de noviembre de 2014

Majoreros en la Araucanía, 1903-1904

De Fuerteventura a Sudamérica en 1903. Algunos de nuestros antepasados se atrevieron en una de las empresas más duras de la colonización del sur de Chile, donde compartieron desgracias con los boers que se trasladaron después de las guerras en Sudáfrica, con los propios mapuches de la zona y, sobre todo, con unas condiciones climáticas para las que no estaban preparados.


Al sur de Chile y a principios del siglo XX aún permanecían las tierras indómitas que durante cuatrocientos años la metrópoli española no supo o no quiso colonizar, dejándolas al natural proceso de convivencia entre colonos e indígenas.
Superada su propia etapa colonial, la nueva república chilena intentó consolidar aquellos territorios con una legislación que propiciara la atracción de población extranjera para cultivarlos y explotarlos, casi sin tener en cuenta los derechos preexistentes de quienes individualmente avanzaban hacia el sur y los de los propios indígenas mapuches. El gobierno chileno se limitó a otorgar múltiples concesiones de colonización a empresas privadas que se comprometieran al reclutamiento de familias agricultoras y pescadoras entre 1900 y 1904.
Uno de los empresarios que obtuvo concesión para la explotación de tierras en la Araucanía, al sur del Bío-Bío, fue Francisco Sánchez Ruiz, oriundo de Canarias, quien se comprometió con el Gobierno Chileno a transportar 300 familias de las islas para la puesta en explotación de tierras entre los rios Imperial y Toltén, junto al lago Budi.
Aquel fue un proyecto que se recondujo a principios de 1903, al hacerse cargo la Empresa Colonizadora del Budi, accionada mayoritariamente por Eleuterio Domínguez y Cia., y que abrió las expectativas migratorias a colonos de otras regiones españolas, pero que puso al descubierto otro de los tristes destinos de la emigración canaria a Hispanoamérica.
Las duras condiciones climáticas pero sobre todo la pésima administración de la Colonia presagiaron desde el primer momento el fracaso de la misma.
Los canarios apenas tuvieron información detallada de adónde iban. Fueron reclutados mediante anuncios que la prensa regional publicó en Tenerife y en Gran Canaria, y embarcaron en el puerto de La Isleta, punto de concentración de los colonos que llegaron desde las islas occidentales a bordo del pailebote San Vicente y de las orientales en los veleros que encontraron, cuando no habían llegado desde la etapa de construcción de los muelles y el puerto.
A principios de octubre de 1903 arribaba al puerto grancanario el vapor Orellana, de la Pacific Steam Ship Navegation Co., con otras tantas familias captadas por Eleuterio Domínguez en la península española, y aquí subieron a bordo las 50 familias canarias del primer lote reclutado por los representantes de Francisco Sánchez Ruiz, para zarpar el día cuatro del mismo mes.
Llegaron a Talcahuano, cerca de Concepción, en lo primeros días de noviembre, después de una dura travesía: De Gran Canaria a Rio de Janeiro, de allí a Buenos Aires para continuar hacia el sur, en busca del estrecho de Magallanes que los llevaría al Pacífico, por el que navegaron durante más de dos mil kilómetros hasta el puerto de destino. Después las carretas y carromatos: de Talcahuano a Temuco y desde allí a Cacahué y Puerto Saavedra; aún les quedaban otros quince o veinte kilómetros para llegar a Puerto Domínguez, que estaban fundando, a orillas del lago Budi, cabecera de la Colonia de Eleuterio Domínguez y Cia.

Entre los viajeros colonos estaba el majorero Domingo García Betancourt, con su esposa y sus hijos; uno de los que, ante el abandono de las autoridades diplomáticas españolas, plantaría cara a las duras condiciones de la Empresa y que bregado en las guerras coloniales por su condición castrense, emprendió la huida en 1905 con la intención de llegar a la Argentina, siendo detenido por agentes que respondieron a la denuncia de estafa que le presentó Eleuterio Domínguez y Cia., y encarcelado en la prisión de Nueva Imperial.
Una de las condiciones que no leyeron los colonos, encandilados por la concesión de parcelas a su favor, fue la de la obligación de permanecer viviendo en la misma, comprar en su economato con un dinero propio de la Colonia, hasta redimir el coste del pasaje que les habían adelantado en concepto de préstamo y el tiempo de trabajo comprometido.
Por eso, porque las condiciones climáticas fueron durísimas y porque muchos de ellos desconocían los oficios forestales y aún agrícolas, a Domingo García siguieron otros tantos en el abandono del compromiso, dispersándose por la zona del Budi, Puerto Saavedra, Concepción, donde practicaron la pesca, o cruzando los Andes, rumbo a Argentina.
Y el beneficio empresarial en tierras: más del doble de lo asignado a cada familia de colonos. Uno de los inconvenientes que tuvo la planificación de empresas colonizadoras sobre aquel territorio fue el hacerlas sobre el mapa, sin tener en cuenta los derechos preexistentes de agricultores nacionales chilenos y de indígenas mapuches; una circunstancia que colocó en el punto de mira de la crítica a los propios colonos, tan desgraciados como aquellos.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

Para saber más:
-         Concepción Navarro Azcue y Baldomero Estrada Turra (2004), en su trabajo “Los canarios en la colonización del Sur de Chile, 1900-1912” y Maribel Lacave (2006) con su libro “Los Canarios del Lago Budi”, se acercaron a este curioso capítulo de la emigración isleña a Hispanoamérica.
-         Leídos aquellos trabajos, acudimos a la prensa regional de Canarias de la época, consultable en el archivo de prensa digital JABLE, de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

-         Mapuche: Fotografías siglos XIX y XX, construcción y montaje de un imaginario, Santiago de Chile, Pehuén, cop. 2001.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Puerto de Cabras en el corazón

Seguiremos paseando por el viejo Puerto de Cabras, caminando por la calle del Telégrafo, por la del Puente, la playa de las Escuevas o la playa de Los Pozos… Nos asomaremos a la Marina para percibir olores de mar antiguo, de sebas, de yodo; para sentir la espuma de las olas que baten el mentidero de la Explanada, junto al Muelle Chico y el “18 de Julio”, para escuchar el ruido que los carros y las pezuñas de sus bestias arrancan al adoquinado.


En el Paragüitas, en la Bola de Oro o en el kiosco de Antoñito nos detendremos mirando al mar, ese mar que otros prefieren otear desde la balaustrada de la Plaza de España…
Seguiremos, en fin, paseando por el viejo Puerto de Cabras, porque con el nombre perdimos o alteramos el frente marítimo de un pueblo con vocación marinera, al menos de gentes que recuerdan la vieja marina, que recuerdan los barquillos, las gabarras, las goletas, pailebotes y correillos
Que añoran el bullicio de la chiquillería en la playa del muellito, sus aventuras en botes de hojalata o en cámaras de ruedas, esquivando las vísceras que llamaban payos; sus acrobacias de improvisados saltadores desde el malecón, desde la cucaña en el día del Carmen…
Que se estregan los ojos con la humacera de la cal mezclada con los olores del ardiente carbón; con los aromas del pescaito frito y de los churros de Durante…
Que no se sorprenden con el estruendo de piedras volteadas por los camiones sobre el muelle grande, con rebuznos de las burros de algún carro que pasa…
Seguiremos escuchando los sones que se escapan del Pay-Pay, de La Sirena, del Unión Puerto o del Casino, mezclados en nuestra memoria con la música de la Banda de Municipal, seguramente aromados con la fritura de carne cochino en algún chiringuito de la fiesta…
Ya casi nadie escucha la escandalera de los bidones que, desde el muelle, rodaban los muchachos hasta la gasolinera de Don Teodomiro; las voces de Matarife ¡barreno y fuego! cuando se abrían las zanjas del saneamiento a fuego…
Casi nadie escucha ya el silencio de los cortejos que acarreaban a los difuntos hasta la iglesia o los que los llevaban desde ésta al viejo cementerio, serpenteando junto a paredes y tarajales, orillando viejos barranquillos…
Los adioses de quienes tuvieron que marchar a Villacisneros, a El Aium, a Sidi-Ifni se recuerdan en furtivos y efímeros retornos para el Carmen, para el Rosario…
Sordinas que la Historia grande de los países y naciones impusieron para atenuar el lamento: edificios de más de once pisos ¡también aquí!, faltaría más; piche para tapar viejos adoquines; ¡Legionario, Legionario…!...
Seguiremos paseando por el antiguo Puerto de Cabras; con el viejo Puerto en los corazones, echando la quiniela en el quiosco de Eugenio, yendo para el Cine Marga o caminando a Los Pozos para ver el partido Unión Puerto-Gran Tarajal, un encuentro que salpimienta la historia con viejas rivalidades…

Caminaremos, en fin, por el paseo que hoy nos lleva a Playa Blanca, aunque no sé si es el salitre que me pica en los ojos, el murmullo de las olas, o el pregón de El Colorao el que me reaviva esta ristra de pensamientos, de sentimientos que me arrancan un hondo suspiro del alma, un lugar donde aún el Puerto sigue siendo de Cabras.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

lunes, 11 de agosto de 2014

La ermita de Tefía cumple trescientos años

De Casillas del Ángel a Tefía, pasando por Tao

También en Tao hubo un pequeño oratorio o ermita, si nos atenemos a lo que pregonan las escrituras al deslindar ciertas fincas de este asentamiento al sur de Tefía. Pero nada sabemos de su advocación ni de si llegó a estar consagrada, pues de momento el silencio documental se mantiene por ahora.
Quienes allí vivieron antes del siglo XVIII eran frecuentemente citados por el viejo cabildo de la isla para que acudieran en prestación vecinal para la limpieza de caminos y fuentes y, hasta no hace mucho, centenarias palmeras, hornos y casas, recordaban aquel sitio en las primeras cartografías de Fuerteventura.
Una vez más la microhistoria de los pueblos y sus gentes nos convida a investigar sobre lo que acabamos de insinuar, repasando las rutas y los caminos antiguos de la isla.
Más al norte de Tao, arrimadas a las faldas de las montañas que nos separan de Tetir, las casas de Tefía de Arriba pregonan con sus ruinas la existencia de viejas casonas (Bethencourt, Rugama…) en las lomadas aledañas. Y abajo, el poblado de La Alcogida, por donde se fue derramando el poblamiento hacia La Montañeta, en lo que hoy es Tefía.

La ermita de San Agustín, Tefía (Fuerteventura), en la actualidad. [foto aportada por Paco Cerdeña]

Y, en medio, la ermita de San Agustín, con sus trescientas festividades, conmemora este año su tricentenario. Atrás queda la larga historia de un caserío que mantuvo el uso ganadero de la Costa de Las Salinas y Jarugo, que vio surgir en sus inmediaciones la presa del barranco de Los Molinos y la Colonia Rural García Escámez, el primer aeropuerto de la isla, la penitenciaría y el acuartelamiento de la Legión; unas llanadas donde los molin@s harineros pregonan viejos cultivos junto a los aeromotores que intentaron también buscar aguas subterráneas…
La festividad que allí nos concita cada año, evoca una vez más su pasado como pueblo esforzado en mantener la tradición y la identidad. Y lo vienen haciendo con tal vocación desde que en marzo les fue concedida licencia para fabricar la ermita y, especialmente, a finales de agosto de 1713, cuando se personaron ante el escribano público Diego Cabrera Betancur los siguientes vecinos de Tefía:

Diego de Acosta
Francisco de Betancur
Andrés de Acosta
Jerónimo de Monroy y Juana de Saavedra
Joseph Francisco y Catalina de Barrios
Nicolás Pérez Sierra
Antonio Miguel y Juana de Saavedra
Juan de la Peña
Juan de Betancur Clavijo
Esteban Hernández Chaqueda y María de la Antigua
Fernando de la O y María de Franquis, viuda de Juan de Morales

Y en su nombre y por los que no asistieron, escrituraron la dotación de la ermita de San Agustín:

“Decimos que por cuanto movidos de la devoción que siempre hemos tenido y tenemos al glorioso doctor San Agustín, nuestro padre en virtud de despacho y licencia que obtenemos de los señores Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de estas islas… estamos fabricando una ermita en este dicho lugar de Tefía con el título del glorioso San Agustín a nuestra propia costa que con efecto está acabada de paredes y cubriéndose de maderas que hemos de tejar, encalar y perfeccionar con la decencia necesaria, la cual habrá de estar... de ella quedará fenecida por todo el  mes de septiembre próximo que vendrá de este presente año y asimismo hemos de poner en ella ornamentos… hasta colocar en dicha ermita la imagen del glorioso doctor San Agustín…”

Entonces hipotecaron y comprometieron para el mantenimiento de la ermita, además de cierto número de reses de varios tipos, 17 fanegadas de tierra hechas y de pan sembrar en distintas suertes inmediatas a Tefía, cuyo valor conjunto ascendía a 680 reales, a 40 por fanegada, capaces de producir, unos años por otros, ocho fanegas y media de trigo.

El empeño de aquel vecindario se vio compensado cuando el 19 de marzo de 1714, día de San José, el vicario de Fuerteventura, Esteban González de Socueba, bajó desde Betancuria para estampar en el libro de la ermita la diligencia de su bendición y autorización para celebrar en ella los oficios religiosos, nombrando como mayordomo y custodio de las llaves a don Francisco Betancur.
Ha pasado trescientos años y el pueblo mantiene viva su llama para un templo que es Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento de la Comunidad Autónoma de Canarias.


[Para conocer algo más de nuestro trabajo véase: La Ermita de San Agustín, Tefía (Fuerteventura), en Tebeto XII, Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, 1999, en coautoría con Jesús Alejandro Cerdeña Armas]

jueves, 31 de julio de 2014

Tetir echa el cierre a su Ayuntamiento, 1925

Lo pregonó la Gaceta de Madrid en su número 214 de 2 de agosto de 1925: La Dirección General de Administración por resolución de 31 de julio hacía público que los ayuntamientos de Puerto de Cabras y Tetir (Canarias), acordaron fusionarse al amparo del artículo 17 del Estatuto Municipal, formando uno solo, con capitalidad en Puerto de Cabras.
La cuestión de límites de Puerto de Cabras y Tetir se politizó una vez más: Durante los tiempos previos al plebiscito promovido por Manuel Velázquez Cabrera, cuando luchaba por un escaño en la Diputación Provincial, éste hizo suya la cuestión jurisdiccional entre estos dos municipios majoreros para hostigar las apetencias del grupo de presión afín a Fernando de León y Castillo y orquestado aquí por Ramón Fernández Castañeyra.
En el contexto de la Restauración, burguesía de Puerto y terratenencia provocan fricciones que dan lugar a actitudes caciquiles que operan tanto en las situaciones liberales como en las conservadoras: tanto el caso de Tetir como el de Hermigua, saltaron a la prensa con tintes de batalla entre amos.
Los recursos económicos: el muelle como herramienta de Puerto estrangula a los exportadores que utilizando Puerto Lajas o Rosa del Agua, soportan la presión fiscal impuesta por la jurisdicción marítima de Puerto de Cabras tras su declaración como único habilitado.

Tetir hacia 1910, foto publicada en Canarias7

La Ley Canalejas de 1912 creó, entre otros, el Cabildo Insular de Fuerteventura, puesto en marcha en marzo de 1913, con unos recursos financieros que, hasta entonces, gozaba Puerto de Cabras desde que construyó su muelle en 1894: La falta de esta fuente de ingresos basada en las aranceles a la exportación e importación de productos en la isla animó al Puerto a reavivar sus apetencias territoriales sobre los municipios colindantes de Casillas del Ángel y de Tetir, bastante maltrechos por la morosidad fiscal que soportaban sus recaudaciones.

Quien ríe el último…

El viejo pleito jurisdiccional entre los pueblos de Tetir y Puerto de Cabras se zanjó definitivamente con la legislación de la dictadura del General Primo de Rivera. Entre sus estatutos de 1924 se redactó el Municipal, donde se contemplaron supuestos de fusión, agregación y extinción de municipios que la burguesía local no dudó en aplicar. Y quien dispusiera de mejores conexiones políticas se llevaría el gato al agua.
El caciquismo que durante años prosperó gracias al analfabetismo, invocó éste para defenestrar un ayuntamiento: quienes no supieran leer y escribir no podían ser concejales. En una primera andanada el Delegado de Gobierno en Fuerteventura aplicó esta máxima para desalojar a los peones que ejercían de ediles a las órdenes de determinado sector político (Guillermo Barrios, Luciano Cedrés, Antonio González y Francisco Rodríguez dieron paso a Francisco S. Ocampo Fuentes, Domingo Morales García, Donato Barrera Herrera y José Cabrera Fuentes), luego se destituyó a toda la corporación, y siguiendo la propuesta del Gobernador Civil, consensuada con la burguesía local de Puerto de Cabras, nombró a los que votarían, entre otros acuerdos, el de extinguirse como municipio y disolverse como ayuntamiento.
Casi cien años de vida municipal se callaron en la primavera de 1925. Habían bastado unos cuantos decretos y un estatuto para que la Historia con mayúsculas rodase sobre las tierras majoreras alentando viejas aspiraciones anexionistas, conduciendo la historia local a las catacumbas del olvido.
En otra ocasión hemos hablado de lo acontecido en el también extinto municipio de Casillas del Ángel, sus últimas corporaciones, su último alcalde; y también de cómo afrontaron las políticas restrictivas que condujeron a la disolución de su ayuntamiento.
Ahora le toca a Tetir.  Con las conocidas restricciones documentales o fuentes históricas, atisbamos que también Tetir entró en los planes gubernativos que desde la Delegación de Gobierno buscaron su agregación a Puerto de Cabras. Con la Dictadura le llegó la presión para su disolución: se removieron concejales y se diseñó a medida la corporación de los “enterradores de la municipalidad tetireña”, entre cuyos primeros acuerdos figuró uno que no tiene desperdició para ver de dónde venía la decisión final: “cambiar el nombre de la plaza del pueblo por la del diputado Salvador Manrique de Lara”; después vino la solemne decisión de disolverse y extinguirse, escrita sobre un libro de actas que alguien no quiere compartir, atesorándolo como de su propia colección.
En abril de 1924 el Delegado de Gobierno en Fuerteventura ordenaba la renovación del ayuntamiento de Tetir con los siguientes señores:

Francisco Marichal Cedrés, que resultó alcalde,
Luis Rodríguez García, 1º teniente de alcalde,
Manuel Lima Martín, 2º teniente de alcalde,
José Fernández Sarabia, Síndico,
Domingo Morales García, concejal,
Gervasio Nieves Viña, concejal,
Liborio Rodríguez Reyes, concejal
Domingo Soto Ocampo, concejal.

Tales fueron los que se constituyeron en Ayuntamiento el día 29 de abril; el mismo día  en que también quedó constituida la Comisión Municipal Permanente.
Y ellos fueron quienes cumplieron las órdenes. A falta de poder consultar el libro de actas secuestrado (Cosas de la historia documental de los pueblos), y con algunos cambios puntuales, llevaron al ayuntamiento de Tetir a decidir la extinción municipal y la disolución de los mismos como corporación.
Entre los acordes festivos de cada cuatro de agosto, la procesión de Santo Domingo de Guzmán intenta despertar la memoria… Apenas se recuerdan los miembros del viejo ayuntamiento, casi nada se sabe de sus últimos alcaldes…

La bruma sobre Tetir. Foto aportada por Paco Cerdeña.

Ninguno de los viales de la localidad, si exceptuamos el que lleva el nombre de José Cascales López (primer edil en tiempos del litigio jurisdiccional contra Puerto de Cabras), recuerda la municipalidad tetireña y, con el tiempo, la memoria confunde nombres, yerra cargos en un intento de mentar que allí hubo en otro tiempo una casa consistorial, que allí se juraban antiguas Constituciones de la Monarquía Española en su plaza pública…
Esa es una parte de la historia que, sin saber por qué, se silencia. Muchos conocemos algunos retazos y hay quienes oyeron decir a sus abuelos que habían sido concejales del municipio rural de Tetir.
Hora es ya de pensar en quienes nos sucedan pues somos meros usufructuarios de este solar majorero que se nos presta: El siglo XX nos quitó el Municipio, ¡que el siglo XXI no nos quite la memoria!
Los guardianes de los papeles viejos deben animar su consulta a los que deseen estudiar y difundir la Historia, también la microhistoria, la historia local de los pueblos y de sus gentes.
Y las instituciones, a su vez, solemnizar y rescatar casi cien años de vida municipal que se silenciaron para propiciar la eclosión de nuestra ciudad como capital de Fuerteventura. También estos episodios forman parte de la identidad de nuestros pueblos y callarlos en nada contribuye a mantenerla.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

jueves, 26 de junio de 2014

La prensa majorera antes de 1936

Ayer, 25 de junio, se presentó en Puerto del Rosario el libro de Mario Ferrer “Prensa, sociedad y cultura en Lanzarote y Fuerteventura. 1852-1936”. El libro recoge parte de su tesis doctoral en la que se extendió hasta 1982, para dar entrada a la prensa de la transición política en España.
Tuve el honor de leer aquel extenso trabajo en la parte correspondiente a Fuerteventura, razón por la que me comprometió a estar presente en el acto de presentación.
Cuarenta y pico cabeceras de la prensa conejera frente a las tres majoreras, se cuestionó alguno en el debate que siguió a las palabras del autor. Se extendió, como no podía ser de otro modo, en los tres periódicos editados en Fuerteventura: uno manuscrito y confeccionado totalmente manuscrito por Marcial Manuel Velázquez Curbelo, y dos confeccionados en Puerto de Cabras pero impresos en Gran Canaria.
La pregunta sobre la disparidad en el número de cabeceras no podía tener otra respuesta: los conejeros eran muchos más activos que los promotores de Fuerteventura, porque ¿cómo se iba a sostener un periódico rodeado del casi el noventa por ciento de analfabetismo?
Pero la abundancia querrá decir peso, pero no calidad y empaque. Muchos de los medios que se publicaron el Lanzarote fueron fugaces destellos del empeño de sus promotores por hacerse oír en las islas “centrales de Canarias”, Gran Canaria y Tenerife, hacía donde iba buena parte de los periódicos.


Pero ¿y los de Fuerteventura? El primero, el manuscrito de Marcial Manuel nace Tiscamanita en 1881, un lugar que ni siquiera era capital municipal, alentado más por la inquietud intelectual de uno de los miembros de la familia Velázquez que por auténtica necesidad de hacer de vocero del sur. Como una centella, “El Eco de Tiscamanita”, que así se llamaba aquel periódico, duró muy poco.
El segundo, La Aurora, hecho Puerto de Cabras y dirigido por José Castañeyra Carballo con el respaldo intelectual de Ramón Fernández Castañeyra, personaje de muy amplia trayectoria intelectual y política; A nadie se le esconde que era un cacique; en palabras del recordado Francisco Navarro, un cacique que hizo cuanto pudo por Fuerteventura, siempre que no perjudicase sus intereses propios. Pero el periódico y sus creadores se movieron en la línea liberal del partido de Fernando León y Castillo y eso, aún hoy, parece merecer el silencio impuesto por quienes todavía siguen mirando con cristal teñido.
El autor del libro que se presentaba ayer tarde ponderó a “La Aurora” como el de mayor calidad por su diseño y contenido. Fue de los de más larga duración: se editó desde 1900 a 1906, unos 295 ejemplares y algo más de mil páginas de historia majorera.
El tercero de los periódicos de Fuerteventura que trató Mario en su obra, fue “La Voz Majorera”, y también se hizo en Puerto de Cabras, lo administraba Ángel González Brito, aunque se imprimía en Las Palmas de Gran Canaria. La corta vida de esta cabecera sitúa su nacimiento en noviembre o diciembre de 1922, si nos atenemos a la noticia que de ella dio el republicano “El Progreso”, de Santa Cruz de Tenerife; y su muerte en la primavera de 1923.
Algunos se cuestionaron la falta de contestación a las reivindicaciones de periódicos como los tratados, caso de “La Voz Majorera”, que nació para morir con los estertores de la Restauración, cuando sonaron los sables que hicieron efectiva la dictadura de Primo de Rivera y la censura impuesta a la prensa.


¿Dónde pueden consultarse estos periódicos? ¿Son conocidos por el gran público? Por más que uno busca, los escasos números de “El Eco de Tiscamanita”, del que ya diera noticia María Dolores de la Fe en la década de 1980, parecen estar en la Fundación Manuel Velázquez; los de “La Voz Majorera” sé que los conservaba Guillermo Sánchez Velázquez en su archivo: pude ver algunos que el me mostró en su casa.
La Aurora”, en cambio, ha tenido otro camino: lo donó don Ramón Castañeyra Schamann, hijo y nieto de sus promotores, al Ayuntamiento de Puerto del Rosario con su biblioteca; cuyo legado se menciona en la primera cláusula del testamento del amigo de Unamuno en Fuerteventura.
Archivos de prensa digital como los de las universidades de La Laguna y Las Palmas de Gran Canaria, apenas recogen dos años de “La Aurora”, 1900 y 1901, coincidentes con una de las carpetas en que el viejo Ramón encuadernó esta magnífica colección. Nada más. Todavía, en pleno siglo XXI tenemos que desplazarnos incluso de isla para poder consultar nuestra historia.
Y hay quien desde esta precisa atalaya cronológica se conforma con mantener la fijación por estos pocos hitos de la prensa en Fuerteventura: unos para difundirlos, otro para silenciarlo, sin convidar y animar a los nuevos estudiosos a investigar y rastrear la existencia de otras empresas periodísticas de Fuerteventura que, de seguro, las hubo.
Mirándonos el ombligo no avanzaremos y seguramente vamos en contra de la filosofía de aquellos medios que aspiraban justamente a todo lo contrario: hablar de nuestra isla, que se oyera su voz no sólo en las islas centrales de Canarias, sino en la Península y aún en el extranjero. No es extraño que algún día aparezca otra colección de “La Aurora” en otro punto de la mundial geografía y se sorprendan muchos del porqué sigue tapada en el lugar que nació.

Mi enhorabuena, una vez más, a Mario Ferrer por su trabajo, ojalá su ejemplo cunda y abra vías de investigación a futuros majoreros que, de verdad, busquen, rastreen e investiguen con la vocación difusora de este conejero.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

viernes, 16 de mayo de 2014

San Isidro Labrador en Fuerteventura: Triquivijate

La ermita de Triquivijate
(En blanco y negro)[i]


El patronazgo de los agricultores majoreros se reparte entre San Andrés y San Isidro Labrador.
El primero, como sabemos, fue elegido por sorteo en reunión cabildicia de principios del siglo XVII: se le intentó levantar ermita en El Esquey, paraje situado junto a antiguo linderos de vega, entre Antigua y Valle de Santa Inés; pero, al final, su santuario se erigió en el Valle de la Sargenta, Tetir, a mediados de aquel siglo.
San Isidro, por su parte, aquel que se festeja en la pradera madrileña, tiene su “casa” majorera en el pueblo de Triquivijate, a pocos kilómetros de Antigua, en rumbo nor-noreste. Se trata de un primitivo asentamiento que surgió también en los confines que deslindan la zona de vega y la zona de pastos en aquella parte de Fuerteventura.
Allí, ya desde principios del siglo XVIII, se apreció un cierto auge en la población que, por entonces, decidió erigir su propia ermita.
La inquietud vecinal la encabezaba, entre otros, Francisco Andrés Gopar, Ignacio González, Juan Pérez Coba y Diego Lara. Ellos fueron los que obtuvieron la licencia para levantar el templo el 6 de marzo de 1713.
El obispo Conejero de Molina, con fecha 19 de septiembre de 1714, dictaba auto para que don Esteban González de Socueba, vicario de la Isla de Fuerteventura, pasara desde la Villa de Betancuria al pago de Triquivijate y bendijera la ermita; lo que hizo el día 17 de marzo de 1715, dos años después de otorgada la licencia.
Entre sus vicisitudes administrativas desde el punto de vista religioso, esta ermita, junto con la de San Pedro de Alcántara, en la vecina Ampuyenta, estuvo encartada entre las posibles a convertirse en sede parroquial cuando se proyectaba la nueva distribución de jurisdicciones de finales del siglo XVIII; no obstante, aquella posibilidad solo anduvo por la mente del personero Miguel Blas Vázquez. Lo cierto es que, entre los lugares céntricos para la erección de la nueva parroquia fue elegido el de La Antigua en 1785, en cuya jurisdicción quedó integrada la aldea que nos ocupa.
Pero volvamos a los origines. La primera visita que cursó el obispado al templo de San Isidro Labrador la hizo a través del licenciado Baltasar Pérez Calzadilla, el 20 de marzo de 1718. Con ella se enlegajó su libro de fábrica, al que se fueron incorporando los documentos que harían la historia del pueblo.
De esa forma, el día del patrón de 1720, se hizo constar entre las notas que incorporaron al libro, que la ermita tenía como bienes suyos una marca de ganados donada por Amador de La Cruz, describiéndola del siguiente modo: “una higa al revés en una oreja y en la otra dos garabatos parejos”.
De las anotaciones que hacía el mayordomo de la ermita, se deduce, además, que el ganado, preferentemente camellos, constituyó la principal fuente de ingresos para el mantenimiento del templo. A finales del XVIII, en 1792, se contaban 19 camellas grandes con sus crías y 11 camellos entre grandes y pequeños; todos a cargo del pastor del pueblo que cuidaba también estas reses y cuyo pago del servicio todos contribuían.

Sobre la construcción del templo sabemos que ya en 1715 se había concluido la nave; que hacia 1740 se tapaba la sacristía, recordándonos que el mayordomo que el carpintero que allí trabajó cobró 109 reales.
Sin embargo, el piso de arenisca que colocaron los enlosadores Joseph y Pedro Machín en la década de 1740, fue arrancada y sustituida en 1980 por el piso de granito que hoy vemos en aquella ermita.
Por aquellos años del XVIII se levantó también la espadaña del campanario, que según nos cantaba su mayordomo, le costó 250 reales; y por los mismos años, 1753-1764, se levantó el muro almenado o barbacana que, al igual que la de Ampuyenta o Tefía, luce esta ermita en la actualidad. Les costó levantarlo 2.336 reales.

En 1980-82 visité por primera vez a esta ermita. Nada más entrar me atrajo la mirada su retablito, concebido en tres cuerpos verticales y decorado en abundante filigrana dorada sobre fondo rojo; una hornacina ocupaba y ocupa el centro, flanqueada por sendos lienzos sobre tabla. A los pies, en su basamento, una inscripción pregonaba el año de ejecución y el mayordomo que lo pagó.
Lo contrasté con la documentación y, efectivamente, dicho retablo se construyó en 1756, siendo mayordomo Diego León Borges; le costó, según escribía, 12 fanegas de trigo por la madera, 3 fanegas del mismo cereal por los clavos, 48 fanegas de trigo los jornales del carpintero por su hechura, y 120 fanegas el oro y los colores, donde incluyó el salario del pintor que lo doró.
Casi de las mismas dimensiones del retablo fueron dos grandes cuadros de la vida de San Isidro labrador que se compraron en 1753 y que se colocaron a ambos lados del altar, en las paredes laterales. Me consta que allí estaban los dos en 1980, aunque uno de ellos estaba enrollado en la sacristía.
Y junto a los lienzos que acabamos de mencionar, los del retablo: uno de San José con el Niño, al lado de la epístola, y otro de San Juan Bautista, al lado del evangelio; ambos, como se dijo, lienzos sobre tabla.
Junto a la imagen del santo patrono, la hechura de ángel presente en la ermita desde al menos 1740: se representa con una yunta en ademán de arar, sobre peana de palo y su reja de plata, actualmente a los pies de San Isidro.
Algunos de los cuadritos de una larga serie que aparecía registrada en un inventario de 1764, recogía, entre otros, los de la Virgen del Rosario, el Señor de la Humildad y Paciencia, Santo Domingo, dos de San Antonio, dos de la Inmaculada Concepción, la Candelaria, las Ánimas. De un total de 14 lienzos inventariados no había ninguno en 1980.

El grupo comunitario del pueblo, a principios de la década del 2000, acuñó un nuevo término para contar sus vivencias y la historia del caserío: “triquivijateando”, y lo llevaron a la cubierta y portada del libro que coordinó, entre otros, María del Ángel Sánchez, publicándolo el ayuntamiento de Antigua en 2004, con un añadido, “de Tirajana al Espino del Cuervo.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas



[i] De nuestro trabajo: Recorrido histórico por nuestras ermitas. Publicado en el semanario La Voz de Fuerteventura, nº 24, el 27 de mayo de 1988.

jueves, 8 de mayo de 2014

San Francisco Javier y su ermita en Fuerteventura: Las Pocetas

San Francisco Javier y su templo en Las Pocetas, Antigua

Cuando hace algunos años me ocupaba de rastrear en la documentación los orígenes de la ermita de San Francisco Javier, su aspecto no era ni mucho menos el que hoy vemos. Los yerbajos crecían a su alrededor, colándose entre las toscas del empedrado que ennoblecía el pavimento próximo a los poyos que rodeaban el conjunto. No tenía tejas y alguien, en un impulso de dignidad, sobrecogido por la soledad y el abandono, seguramente escuchando el silbido del viento sobre sus paredes, sobre su maltrecho calvario, pintó las cubiertas a la manera que presentan algunas ermitas de Lanzarote o, en nuestra isla, la de El Cotillo.
Quienes nos visitaban, como muchos de los que por aquí vivíamos, no dudaban en aventar el indudable valor que éste, como muchos otros de nuestros templos, imprimían a nuestro eremitorio. Pero pensar en unidades de Patrimonio Histórico en nuestra isla era un sueño, aún no se había redactado la Ley de Patrimonio Histórico de Canarias y la de Patrimonio Histórico Español, apenas se había ocupado del conjunto arquitectónico de Betancuria, elevándolo a la categoría monumental.
Me conformé con recrear su imagen tomando algunas modestas fotografías, sorprendido por los dos estribos del costado del Evangelio y, sobre todo, con deleitarme en la transcripción de la documentación histórica que pude consultar en los archivos parroquiales.
La foto de la ermita de Las Pocetas en 1980. [Colaboración de Paco Cerdeña]

Y la documentación me decía que la ermita había sido construida con licencia del obispo Valentín Morán y Estrada, a mediados del siglo XVIII; aunque la licencia para su bendición y colocación de imagen en el altar no se dictó hasta 1771 en que otro obispo, Juan Bautista Servera, autorizó al vicario de Fuerteventura para que “constándole haberse hecho escritura de dotación para los reparos y ornamentos, pasara a bendecirla”, hecho que tuvo lugar en diciembre de 1775.
En el acto de bendición estuvieron presente el vicario insular, Juan Jacinto Cabrera Betancurt, y los testigos Fray Matía Zurita, predicar jubilado, y Fray Mariano del Carmen Albertos, padre lector de gramática, Francisco Antonio de Córdoba, presbítero, y Jerónimo del Castillo, también presbítero.
Aquel fue, digamos, el acto protocolario. La escritura se acercaba más a lo mundano y a la forma de sufragar los gastos del templo y su mantenimiento. Firmaron así el documento de dotación económica, entre otros, Blas de Soto Cabrera Llerena, Juan Vicente Umpiérrez y Manuel Sánchez, ante el escribano Nicolás Antonio Campos.
También nos recordaban aquellos papeles que, al año siguiente, 1776, la ermita estaba totalmente concluida, aunque pese a su juventud, ya amenazaba ruina en 1800, conforme nos reseñaba su mayordomo José Marichal, quien nos decía que había remediado la situación colocando placas de hierro en las tijeras rotas en la armazón de su techumbre; que entre 1801 y 1807 había comprado tejas para su reconstrucción, así como vigas y tirantes nuevos, pagándose al maestro Antonio, carpintero, 18 pesos y 12 reales por las obras.
Y en los inventarios de cuanto tenía la ermita, anotaba el sacrificio que tuvieron que hacer al desprenderse de algunos elementos de su decoración interior. En 1832 el beneficiado de la parroquia de La Antigua, pedía al mayordomo de la ermita una serie de maderas que varios vecinos habían garantizado para la construcción del retablo de San José en la nueva iglesia parroquial.

Retablo de San Francisco Javier, en la ermita de Las Pocetas, Antigua.

Del mismo modo, en 1794, el obispo autorizaba la venta de una serie de cuadros que se encontraban “perdiendo” en la sacristía de la ermita de San Francisco Javier, preferentemente a quienes los habían donado. Dichos cuadros, 19 en total, figuraban –como decimos- en el inventario de 1776. Entre estas pinturas se mencionaban:
La Magdalena, de 2 varas,
Nuestra Señora de la Concepción, de vara y media,
San Bartolomé, de una vara,
San Agustín, de una vara,
Nuestra Señora de Candelaria, de vara y media
Santo Domingo, de vara y media,
San Francisco Javier, de vara y media,
El Prendimiento de Jesús, de vara y media,
San Marcos, de vara y media,
San Lorenzo, de una vara,
El Señor de la Humildad y Paciencia, de una vara,
San Miguel, de una vara y media,
Nuestra Señora del Carmen, de vara y media,
Santa Rosalía, también de vara y media.

De estos cuadros apenas se nos insinúan sus donantes, pero dejan clara las devociones que  los primeros vecinos de Las Pocetas profesaban a estas imágenes.

Hoy he vuelto a visitar el lugar de las Pocetas para darme cuenta que el tiempo y los acontecimientos han sido exquisitos con su templo: Se ha restaurado primorosamente y se le han devuelto sus tejas y remozado su calvario, dotándola esta vez con figuras de protección jurídica que la han elevado a la categoría de Bien de Interés Cultural catalogándola como monumento en un proceso que, iniciado en 1985, se culminaba en 2008.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

[De nuestro trabajo “Noticias Históricas sobre algunas ermitas de Fuerteventura”, presentado a las primeras Jornadas de Historia de Fuerteventura y Lanzarote, 1984]

domingo, 13 de abril de 2014

El último alcalde del Ayuntamiento de Casillas del Ángel

Juan Nolasco Morales se opone a las pretensiones de Puerto de Cabras, 1924-1926

Uno de los últimos episodios en la configuración territorial de la capital de Fuerteventura permanece casi olvidado en algún rincón de la memoria colectiva. Pero no cabe duda de que incidió en las ilusiones, en el trabajo y en la autonomía política de los vecinos del antiguo municipio de Casillas del Ángel y del que apenas suele recordarse la fecha en que se agregó al de Puerto de Cabras.
Pero la extinción de Casillas como municipio se acarició por Puerto de Cabras mucho antes de 1926…
Don Juan Nolasco Morales, entrevistado en momentos próximos a las fiestas patronales de Santa Ana 1970, confesó al corresponsal del diario La Provincia en Fuerteventura que la iniciativa de Puerto de Cabras prosperó arropada por toda una trama político administrativa en los primeros tiempos de la dictadura de Primo de Rivera.
El Estatuto Municipal de 1924 sirvió a los burgueses de Puerto de Cabras para articular el plan de anexión de los municipios colindantes de Casillas del Ángel y de Tetir. En rigor, conforme a lo establecido en aquel texto legal, tanto Tetir como Puerto de Cabras debían ser anexionados por Casillas en base a un censo que superaba los 2.000 habitantes y una extensión superficial lo suficientemente importante para proporcionar los ingresos con que atender sus necesidades. Así lo hizo saber el propio Nolasco Morales y don Fausto Carrión a la Corporación Municipal a mediados de 1924.

Don Fausto apoyó al alcalde don Juan Nolasco Morales en su oposición a la extinción del municipio en 1924. [Foto del libro perfiles de los presidentes del Cabildo de Fuerteventura, coordinado por Inmaculada de Armas Morales, 2013]

Contestaron así –dijo Nolasco Morales- al plan remitido por el Delegado del Gobierno de S.M. en Puerto de Cabras que rediseñaba una isla con tres grandes términos municipales con capitalidades en Gran Tarajal, Antigua y en Puerto de Cabras.
Además –insinuó el entrevistado- Los únicos ingresos del Puerto se basaban en los arbitrios sobre el muelle y, como la institución insular los reclamó como propios en base a la Ley y Reglamento de Cabildos, “el presupuesto quedó más pobre que el nuestro”.
Y Batallaron cuanto pudieron para llevarse el ayuntamiento. Casi dos años duró el asedio: en el camino sucumbió Tetir. Y contra Casillas del Ángel se alentó la insumisión fiscal: los requerimientos que el recaudador ejecutivo mandaba a residentes en Tetir y en Puerto de Cabras llegaban a destiempo gracias a la ralentización de un servicio postal en manos de quienes promovían el asunto anexionista desde el Puerto.
Económicamente estrangulado en el Ayuntamiento de las Casillas del Ángel “seguimos trabajando –se lamentaba el señor Nolasco Morales- como siempre lo habíamos hecho, quintando nuestros mozos, elaborando censos de animales, intentando ejecutar a los deudores residentes en otros municipios…” hasta septiembre de 1926.
Se nos destituyó por vía gubernativa. En enero el Gobernador Civil interino, don Antonio Ribot, nombró delegado de Gobierno en Fuerteventura a don Santiago Cúllen y fue éste el encargado de desmontar el ayuntamiento para constituir otro proclive a la anexión, colocando como alcalde a Juan Vera Carrión.
El resultado –dijo- ya todos lo saben, acordaron disolverse como ayuntamiento y extinguir el Municipio de Casillas por agregación al de Puerto de Cabras.
“¿El pueblo? … [sí que se opuso]… pues porque el pueblo tenía más terrenos propios [y comunales, La Costa de Las Salinas y Jarugo] que constituían un patrimonio de riqueza que entonces desaparecería y nosotros cobrábamos unos impuestos con los que atendíamos a muchas necesidades ... Y aunque nos prometieron muchas cosas, la verdad es que no todas se cumplieron”.

Vecinos de Casillas en una romería, década de 1960, según foto de F. Pérez Lima.

“Fíjese que uno de los secretarios [el penúltimo], Pepe Luís Domínguez Clavijo, tuvo que marcharse con dinero prestado porque no ganaba ni para comer, ya que el Ayuntamiento [ya agobiado por la presión] no le pagaba y tuve que ir al comercio de don José Castañeyra Carballo para hacerme responsable del dinero que debía por cosas de comida”.

Finalmente no prosperó el plan de 1924, pero la distribución de fuerzas ya estaba consolidada en la Fuerteventura de 1926: se confirmó el Cabildo como ente insular y se consiguió que los tres municipios de Casillas del Ángel, Tetir y Puerto de Cabras formaran una sola jurisdicción con capital en el Puerto que ya tenía la capitalidad insular desde la creación del Partido Judicial en 1913.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

[De Nuestro trabajo: “Reajustes jurisdiccionales de los municipios majoreros en el primer cuarto del siglo XX”, presentado a las XIII Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote, septiembre de 2007].

jueves, 27 de marzo de 2014

La renovación del Ayuntamiento de Puerto de Cabras en 1914

Hace cien años, cuando Puerto de Cabras renovaba su Ayuntamiento, integraban la corporación 8 concejales frente a los 7 vocales que formaban parte de la Junta Municipal de Asociados. Quince personas regían los destinos del que entonces era el municipio más pequeño de Fuerteventura.
En la sesión constitutiva del 1 de enero de aquel año se procedió a la renovación parcial y bianual del Ayuntamiento: cesaban los cuatro más viejos en el cargo y, para sustituirlos, tomaban posesión José Pérez Medina, Francisco del Toro Rivero, Juan Martín Alonso y Francisco García Rodríguez. Y éstos, junto a los que permanecían, Claudio López Hernández, Victoriano González Carballo y José Fernández Espino, constituyeron la nueva corporación municipal.
Presidía el acto el alcalde saliente, José Castañeyra Carballo que, además, leyó el nombramiento que le había remitido el Gobernador Civil en favor de Juan Martín Alonso como nuevo presidente de la Corporación.
El alcalde entrante, hijo del empresario Juan Martín Morales y de Agustina Alonso era sobrino del también empresario y político local Secundino Alonso Alonso y permaneció en el cargo hasta el 18 de junio en que siendo cesado por el mismo Gobierno Civil, fue sustituido por Francisco del Toro Rivero.
Como Teniente de Alcalde designaron a José Pérez Medina y como Síndico, a José Castañeyra Carballo.
Siete días después de constituida la corporación se nombraron las cuatro comisiones municipales:
- De presupuestos, intergrada por Victoriano González Carballo, Claudio López Hernández y Francisco del Toro Rivero.
- De hacienda, integrada por José Pérez Medina, Francisco García Rodríguez y José Castañeyra Carballo.
- De Higiene, obras públicas y ornato, integrada por Victoriano González Carballo, José Pérez Medina y José Castañeyra Carballo.
- De arbolado y aguas, integrada por Juan Martín Alonso, Victoriano González Carballo y Francisco García Rodríguez.


Y para la elaboración de presupuestos, ordenanzas fiscales y arbitrios como los establecidos sobre la piedra de cal, la cal y el yeso, en sesiones conjuntas con el Ayuntamiento, se formó el 14 de febrero la Junta Municipal de Asociados, integrada por los siguientes vocales:
Pedro Hernández Barrios, Agustín Medina Rodríguez, Agustín Pérez Rodríguez, Felipe Martos Santana, Vicente Felipe Bravo, Manuel Oramas Martín y Juan Domínguez Peña.
Durante 1914 Cabildo y Ayuntamiento siguieron compartiendo sede en la Casa Consistorial de la Calle del Puente, muy cerca de la Explanada.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

viernes, 21 de marzo de 2014

El General que no quiso visitarnos

Pero al que, en los días 19 a 21 de noviembre de 1928, le pagamos el agasajo que le hicieron en las otras islas.

Cuentan las crónicas que el Dictador planeaba su viaje a Canarias a mediados de años, pero la travesía le resultaba pesada. Pensar en varios días de navegación al Archipiélago le producía desazón, lo inquietaba porque le traía recuerdos de su tiempo en el Caribe.
Pero había que organizar el partido único de su unión patriótica y festejar recientes triunfos en la guerra de Marruecos; no podía dejar a un lado a los habitantes de ultramar y cometer el error que llevó a la debacle del viejo imperio español.
Por fin la agenda logró encajar aquel sueño aún a costa de tornarse pesadilla. Sería a finales de noviembre de 1928.
Y la decisión del Primo de Rivera saltó a la prensa: El Marqués de Estella viajaría a Canarias entre el 20 y el 30 de noviembre.
La maquinaria se puso en marcha y, de arriba abajo, de una isla a otra, ayuntamientos y cabildos consignaron unos gastos para agasajo al presidente del Directorio.
En Fuerteventura el Cabildo dio 600 pesetas y, bastante menos, los ayuntamientos que, maltrechos en sus haciendas, acudieron a la oligarquía que no dudó en aportar el apoyo financiero de sus propios caudales. Las listas de donativos se hicieron interminables en el periódico Diario de Las Palmas.
En Santa Cruz de Tenerife y en Las Palmas de Gran Canaria se le tributó a Primo de Rivera tal recibimiento que nunca antes se había visto tal desparpajo de fotografías, tantos ríos de tinta y tantos comentarios en los distintos periódicos de las islas.
Pero aquí, como en el resto de las islas menores, nuestros antepasados se quedaron perplejos: de punta en blanco para hacer de anfitriones de quien se acojonó por el estado de la mar y retornó a la Península Hispanica sin decir adiós.


Ni siquiera un cable, un telegrama, se lamentaron algunos… La calle Fernández Castañeyra se quedó con sus efímeros arcos florales, las banderas que lucían ventanas y balcones animaron el desconsuelo de quienes optaron por celebrar que el Dictador estaba en las capitales de las dos islas mayores…
Los fastos organizados se quemaron así a la luz del desconsuelo de una visita que no llegó.
Los majoreros, como los gracioseros, conejeros, herreños, gomeros y palmeros, se quedaron con las ganas, recordando otras visitas: el Ministro de Marina en 1905, Alfonso XIII en 1906, el Ministro de Justicia en 1927 y ahora, en 1928, con la del primer gobernador civil de la Provincia Oriental de Canarias.
El escenario escogido en la que nos ocupa fue la calle Fernández Castañeyra, esquina a las calles del Rosario y Fuerteventura, delante del edificio que compartían Ayuntamiento de Puerto de Cabras y Cabildo de la isla para sus menesteres político-administrativos.
Y lo curioso del asunto es que hasta se ilustró con fotografías la escenificación de aquel fracaso; al dorso de algunas de ellas se anotó “esto es de cuando vino Primo de Rivera”, ocultando que sólo había plantado sus dictatoriales pies en dos de las ocho islas habitadas de Canarias.

Quien quiera saber del caso encontrará muchos artículos en la prensa de la época, porque los cronistas, sencillamente guardaron sus bártulos en las islas menores y nada escribieron sobre tan triste visita porque, simplemente, no se realizó.

sábado, 15 de marzo de 2014

El servicio postal y los carteros rurales

Reapertura de la oficina postal de Puerto de Cabras, 1914

Hace cien años, en 1914, se puso en funcionamiento la oficina postal de Puerto de Cabras, siendo su primer administrador don Juan Salvá y Pons, al que sucedió el majorero don José Medina Berriel y, a su jubilación, el hijo de este pueblo, don Alfonso Felipe Domínguez; luego llegarían los trasladados don Rodrigo García Poves, que inauguró las dependencias que se abrieron en 1968 y quienes le sucedieron en el cargo.

Con anterioridad ya había funcionado en Puerto de Cabras aquella dependencia postal desde al menos 1873 a 1891 en que fue suprimida.
En 1909 se había organizado el servicio postal estableciendo conducciones a caballo desde Puerto de Cabras a La Oliva por Tetir, y desde Puerto de Cabras a Antigua Por Casillas del Ángel.
Diez años después, en 1919, la Dirección General de Correos creó la administración central de Las Palmas de Gran Canaria (más tarde de Las Palmas, en consonancia con el decreto de división provincial de 1927) y reorganizó el servicio postal de Fuerteventura con una conducción de Puerto de Cabras a Gran Tarajal y carterías rurales en Tetir, Casillas del Ángel, La Ampuyenta y la de Puerto de Cabras… después llegarían las Carterías de Enlace Puerto del Rosario-Salinas del Carmen por el Matorral y la de Puerto del Rosario-Guisguey-Time, por Puerto Lajas, entre otras; convertida ya la de Puerto del Rosario en Oficina Técnica de Correos y Telégrafos.
Aquellas fueron las líneas de reparto cubiertas por nuestros carteros rurales que se han ido simplificando y modernizando.

Pero la figura del “cartero rural” en sentido tradicional, de persona cercana y entrañable está en trance de desaparición, seguramente esperando un sentido homenaje; aunque ya pocos quedan de la época en que nuestro municipio y nuestra isla eran deficitarios en carreteras; los tiempos a que nos referimos (décadas de 1940-1970).

"Juanito el Cartero", escultura de Silverio López Márquez en la rotonda de entrada al valle de Tarajalejo (Tuineje). [Foto de Berto García Méndez]
 

Este funcionario conocía a todos y cada uno de los habitantes de los pagos en que ejercía su trabajo repartiendo la correspondencia y adivinando muchas veces quién era el destinatario de tal o cual envío por el simple apodo o por una anécdota que quedó en la memoria colectiva.
A él acudían los suministradores de servicios o de reparto de mercancías en demanda de ayuda, a los que respondía planteándose reflexiones como ésta, poco más o menos: “Curbelo…y cómo dice que es el segundo apellido… Ah, claro, este viene a ser el chico de Eulalio…pero… ¡ahora está en Villa Cisneros!”; todo un ejercicio de genealogista y conocedor de las familias del lugar, parangonable con el cura o el maestro.
El cartero rural llegaba a ser un auténtico “perito conocedor”, siendo buscado para esclarecer propiedades, porque no sólo conocía las familias: también las tierras y hasta las marcas de ganado y, como decíamos, hasta los nombretes, que usaba discrecionalmente para amueblar su memoria.
Hacía de escribano y lector a domicilio ayudando a quienes no tuvieron posibles o les faltó tiempo para aprender a leer y escribir, no por desidia, sino por tener que ayudar a la familia en las tierras, con el ganado y hasta en la casa…
Aguardado en los pueblos, el traía las pensiones y subsidios de los mayores y les entregaba los giros que los muchachos les mandaban desde sus lugares de trabajo cuando emigraban o estaban en el cuartel…
Por eso muchas veces ejerció también de comisionado cuando no de alcalde de barrio.
Eran nuestros carteros rurales los antiguos peatones que “circulaban” los oficios y la correspondencia oficial y particular primero a pie, luego a caballo, después en bicicleta y más tarde motorizándose con motocicletas y coches, hasta nuestros días.


La “casa del correo” o la “casa del teléfono” en nuestro pagos fue señalizada con un cartelito y se acompañaba la primera con el oportuno buzón.

El primer edificio postal de Fuerteventura se construyó en Gran Tarajal, Tuineje, en la década de 1950, con fondos de Regiones Devastadas. Una obra que contrarrestaba las inversiones de otro edificio oficial en Fuerteventura: La Delegación Insular de Gobieno de Puerto de Cabras.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas